lunes, 24 de agosto de 2009

COMUNICADO DE LA AGRUPACION PATRIOTICA AURORA


Clandestinidad de los libres, agosto de 2009


En el marco del persistente combate contra la dialéctica y la incultura subversiva marxista que anida en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA (Universidad de Buenos Aires - Sede Ramos Mejía), militantes compañeros de la Agrupación Patriótica AURORA volvieron a dejar su impronta, al punto de verse en la obligación de señalar sus humildes avances dentro de dicha sede, avances que reivindican a hombres consustanciados con Dios y con la Patria.

Esta vez, y al igual que como lo diéramos a conocer el pasado 25 de abril de 2009 (http://aurora-arg.blogspot.com/2009/04/comunicado-de-la-agrupacion-patriotica.html), se han colocado nuevas denominaciones a dos aulas más de la Facultad de Ciencias Sociales sita en las adyacencias de Parque Centenario, Ciudad de Buenos Aires. Se ha establecido, por ende, que el Aula N°205 pase a llamarse "DR. OSCAR IVANISSEVICH", mientras que el Aula N°405 , "CORONEL DON CIRIACO CUITIÑO".

El primer nombre está suscripto a una personalidad que logró desterrar, hasta donde pudo, las teorías marxistas que una turba de delincuentes terroristas pagados desde el exterior intentaba imponer a mediados de los años 70 para extraviar a las juventudes universitarias argentinas de entonces. De allí que el ex Ministro de Educación del teniente general Perón (de Ivanissevich hablamos) merezca nuestro reconocimiento y nuestra acción vindicatoria.

Respecto al coronel Ciriaco Cuitiño, aquí también redoblamos esfuerzos para colocarlo en un merecido lugar de reconocimiento póstumo. Como fiel servidor del Ilustre Restaurador de las Leyes don Juan Manuel de Rosas, impidió a los salvajes unitarios y su exótico grupo de intelectuales masones (Echeverría, Mármol, Gutiérrez, Alberdi, etc.) el que introduzcan conocimientos sólo aplicables en tierras extranjeras. Evitó que los parias denosten la cultura y la tradición gauchescas, al tiempo que puso en fuga a los simpatizantes de las teorías liberales de Adam Smith y del jacobinismo terrorista devenido de la masónica Revolución Francesa de 1789.

Vista general del Aula N° 405 "Coronel don Ciriaco Cuitiño".

¡Saludamos este nuevo golpe artero y justiciero que nuestros militantes han producido en el seno de una casa de altos estudios convertido en tugurio de las fuerzas subversivas del sistema capitalista-liberal! ¡Felicitamos a los militantes que persisten infatigablemente en esta lucha, en pos de la Religión y la Soberanía Nacional!

Nuestras acciones en ese recinto universitario son la continuidad de las luchas que emprendieron Juan Manuel de Rosas y Juan Domingo Perón en cuanto a sentar las bases de y para una educación patriótica y una cultura nacional.

Tomado de un opúsculo que saca a relucir la formación que daba la Universidad de Buenos Aires a los jóvenes, en tiempos de la Confederación Argentina rosista, leemos lo siguiente: "(...) debemos citar el decreto del 25 de mayo de 1844, por el que se fijaron las condiciones requeridas para enseñar [en la UBA y en otras instituciones educativas públicas]. "Los considerandos hablan de que la educación pública no solo debe perfeccionar la razón, sino también garantizar el orden religioso, social y político; que ello echa los cimientos del espíritu nacional y el gobierno debe velar porque no se enseñen doctrinas contrarias a las costumbres, principios políticos y tranquilidad del Estado", y porque "se formen ciudadanos capaces de desempeñar con buen éxito los empleos públicos"; que cualquier desvío de esa línea "viene a ser más funesto por el abuso mismo de la ilustración adquirida sin la dirección conveniente"; y para eso los educacionistas debían "reunir condiciones de sólida virtud, sana moral religiosa, buenas costumbres y patriotismo inequívocamente acreditado".


Entre tanto, en junio de 1948 el teniente general Juan D. Perón expresaba: "Queremos una universidad con alma argentina, que llevando en su seno toda la civilización greco-latina y la cultura que heredamos de España, transforme nuestra Patria de asimiladora de cultura en creadora de cultura".

Por eso ahora, en pleno siglo XXI, los responsables de la Agrupación Patriótica AURORA en el sector universitario siguen dichos mandatos históricos, para evitar las frustraciones que las usinas del marxismo cultural y la economía liberal esperan escupir contra las futuras generaciones de argentinos. Las teorías que se enseñan sobre una cultura subversiva y una dinámica económica especulativa y usurera, ambas difundidas con placer por quienes lograron acomodarse en los claustros y decanatos tras el ilegítimo y mendaz golpe de Estado sinárquico de septiembre de 1955, desde hace años ya tienen a sus opositores: somos nosotros.

Y para posicionarnos en esta nueva batalla que el presente histórico posmodernista nos depara, la cual descarta, cuando es necesario, el uso de las armas y la violencia, haremos nuestro un principio que se fomenta y pone en práctica en centros de estudios geopolíticos y, cuando no, de signo nacionalista: "El campo de batalla está en la mente del enemigo". Y agregamos: también en los símbolos.

jueves, 13 de agosto de 2009

REVISIONES DE LA GUERRA DEL BRASIL Y EL GENERAL ORIBE, EN UNA NOTA URUGUAYA DE 1945


A modo de introducción, afirmamos que el triunfo categórico de las armas nacionales contra el Imperio del Brasil entre 1825 y 1828 muy pocos beneficios le reportó a la Patria. Primero, porque tras la finalización de la guerra, una caterva de infames delincuentes tales como Oribe, Lavalleja y Frutos (o Fructuoso) Rivera, entre otros, nada hizo por unificar definitivamente la Banda Oriental al territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata, naciendo, en tal caso, un nuevo estado soberano bajo el amparo inglés (Uruguay). Segundo, porque varios años más tarde, y gracias al traidor entrerriano Justo José de Urquiza, las tropas brasileñas que desfilaron el 20 de febrero de 1852 ante el pueblo de Buenos Aires vengaron el traspié de la batalla de Ituzaingó. Entonces, la pérdida territorial y la derrota diplomática han sido herencias malditas de aquél heroico día del 28 de agosto de 1828 en que, por las armas, se decretó oficialmente como el del triunfo nacional por sobre los brasileños.

Antes de dar comienzo a la parte principal de este posteo, anotaremos algunas cosas de Manuel Oribe. Fue un distinguido lugarteniente del general José Gervasio Artigas en los albores de las invasiones portuguesas a la provincia de la Banda Oriental, hasta el año 1817 en que abandona las filas artiguistas y lo deja desamparado al Protector de los Pueblos Libres. Fue partícipe de la Guerra contra el Brasil y, tiempo después, el principal aliado de don Juan Manuel de Rosas en su lucha contra los unitarios salvajes y sus aliados franceses e ingleses. En esta etapa de afirmación y aparente triunfo del ideario federal en Sudamérica, Oribe, no obstante, traiciona vilmente a Rosas en octubre de 1851 cuando, previo soborno brasileño, se rinde ante Urquiza sin pelear, entregándole la plaza de Uruguay.

Pero hay un dato más que muchos ignoran de Oribe. En la obra "La Masonería en la Argentina a través de sus hombres" de Alcibíades Lappas, Primera Edición, Octubre 1958, página 297, se lee:

"ORIBE, Manuel (1792-1857). Militar uruguayo (...) Según el general Tomás de Iriarte, Oribe fue incorporado en 1819 a la L. Caballeros Orientales. El 15/4/1833 aparece incorporado a la L. Asilo de la Virtud N°127, de Montevideo".

Oribe fue masón. Es más, la Logia Caballeros Orientales fue la que aportó la mayor cantidad de hombres que protagonizaron "Los 33 Orientales" en 1825. No por nada se identifica al conjunto de hechos que determinó la "soberanía" de la Banda Oriental con el número 33, la misma cantidad de grados masónicos del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Y los masones fueron, son y serán enemigos a muerte del catolicismo y la soberanía, no lo olvidemos.


LAS CHARRETERAS DEL GENERAL ORIBE

Como quiera que sea, trajimos a colación la Guerra contra el Imperio del Brasil -y dentro de ella, la batalla de Ituzaingó- y a Manuel Oribe, porque en esta oportunidad rescatamos una vieja nota que los relaciona. Se trata de la revisión de ciertos episodios que tuvieron lugar en los campos de Ituzaingó, los cuales, pese a ser hechos más bien infundados, pasaron a la posteridad como meras "verdades" infundadas. Algo así como casi toda la historia argentina, donde los miserables fueron hechos "próceres", y los patriotas simples "tiranos" o "retrógrados".

La publicación pertenece al diario "El Debate", viejo órgano oficial del Partido Blanco de la República Oriental del Uruguay, del 21 de junio de 1945. La firma Carlos M. Ramírez y dice así:


"LAS CHARRETERAS DE ORIBE EN LA BATALLA DE ITUZAINGO

(...)

II

Entre los episodios que la tradición ha perpetuado se cuenta el de las charreteras de Oribe. Comandaba don Manuel el Regimiento N° 9. Se le ordena llevar la carga a las masas imponentes de la línea brasilera y lo hace con su habitual bravura; pero su esfuerzo es impotente; el regimiento sale rechazado y deshecho; el desbande parece inevitable, y para conjurarlo el coronel Oribe se arranca sus charreteras, apostrofa a los soldados diciéndoles que con su actitud deshonran aquellas insignias, y con esta actitud dramática rehace la moral de su regimiento, lo reorganiza y lo conduce de nuevo al combate. Este es el fondo de la leyenda popular; esto es lo que hemos oído cien veces a muchos de los que hemos interrogado a nuestros mayores sobre los días de las grandes luchas; esto es lo que han repetido siempre los viejos partidarios del general Oribe, y no solo ellos, sino también otros que execraban las crueldades de la campaña de las provincias argentinas y la abyecta alianza con la tiranía de Rosas, pero que no se ofuscaban hasta el punto de desconocer los eminentes méritos militares de aquel jefe.

Este episodio, ¿es también pura invención de las leyendas populares? Así lo sostiene el doctor Luis Melián Lafinur, en una larga nota de su reciente opúsculo sobre los Treinta y Tres. Va más allá el ilustrado escritor. Lo califica de patraña, inventada por don José Pedro Pintos, en 1859, después de muerto Oribe, y acogida sin discernimiento por el espíritu de partido en estos últimos tiempos, cuando ya han desaparecido todos los campeones de Ituzaingó.

Sobre esa base, es decir, que la leyenda arranca de fecha reciente y tiene móviles interesados, desenvuelve el doctor Melián Lafinur una argumentación erudita e ingeniosa. Desde luego, el móvil de sus negociaciones es altamente patriótico. Juzga que la torpísima invención denigra al Regimiento N° 9, cuyos valientes no desmerecieron en Ituzaingó del renombre que habían alcanzado en otros muchos combates. Invoca el silencio que guardan los documentos oficiales, y aún las memorias privadas que se han publicado sobre un episodio que daría al general Oribe un relieve excepcional en la jornada del 20 de Febrero de 1827. Concluye, por último, que mal puede haber charreteras arrancadas en Ituzaingó, cuando ni Oribe ni nadie las llevaba en el campo de batalla, ni es presumible que las tuviese en su ligero bagaje de jefe de caballería.

En toda leyenda que muere, hay un pedazo de corazón arrancado al pueblo que ha creído en ella. ¿Bastan las pruebas elocuentemente acumuladas por el doctor Melián Lafinur para matar la leyenda de las charreteras de Oribe? Pensamos que no, y vamos a dar el fundamento de nuestras opiniones.

III

No será difícil demostrar que según la tradición oral el ejército republicano entró en batalla con traje de gran parada. Esto se verá más adelante comprobado por algunas de nuestras referencias. Reconocemos, sin embargo, que eso no puede ser exacto, si ha de entenderse que todos los cuerpos lucían uniformes parecidos a los que llevan nuestras tropas en las revistas del 25 de Agosto.

Alvear reunió en el Arroyo Grande un ejército de exterioridades brillantes. En la Memoria Póstuma del sargento mayor Arrieta, escrita con suma ingenuidad, se lee lo siguiente: "Emprendimos la marcha para el Arroyo Grande, que era el punto donde estaba situado el cuartel general y acampado el ejército. Éste estaba hermosísimo, su fuerza considerable, bien vestida, armados y puntualmente pagados. El ejército estaba lucidísimo, y su columna de caballería ha sido la más numerosa y brillante que había visto la América del Sur desde que dió el grito de independencia hasta aquella fecha. El tren de artillería, parque, fraguas volantes, y demás pertrechos, concernientes a esta arma, era tan admirable su número cuanto la bella disposición con que todo estaba ordenado y previsto. Puedo asegurar que hasta entonces no había visto tropas en mejor pié de arreglo que estas".

Seguramente, si la batalla se hubiese dado en el Arroyo Grande, en Diciembre de 1826, poca amplificación habría habido al decir que el ejército republicano combatió vestido de gala; pero, dos largos meses de marcha por caminos casi inaccesibles, lejos de todo recurso, en el rigor del verano y bajo lluvias torrenciales, destruyeron la paquetería del ejército, y cuando éste llegó a Bagé tenía más bien que el ilustre descrito por el mayor Arrieta el estado harapiento de los ejércitos franceses de 1793. En Bagé y San Gabriel, se apoderó el general Alvear de los depósitos brasileros, y con esto atenuó mucho el ejército la miseria en que se encontraba.

Gran número de soldados y muchos oficiales, llevaban en Ituzaingó trajes e insignias del Brasil, tomados en aquellos depósitos. Sin embargo, con girones de uniformes patrios y despojos de uniformes extranjeros, no era posible dar al ejército republicano completo aspecto de tropas vestidas de gran parada. Algo hay, pues, de falsa leyenda, en la creencia popular, y sobre este punto aceptamos en parte las opiniones del doctor Melián Lafinur, que él confirma en su opúsculo con citas muy oportunas.

El ejército -es decir todos sus cuerpos de infantería, artillería y caballería, habiendo en ésta muchos de milicias campesinas-, no podía estar correctamente vestidos de gala; admitimos esto, aunque la tradición diga lo contrario, pero ¿se deduce de ahí que los jefes no podían ostentar en la batalla el uniforme lujoso que para ese día hubiesen reservado?

Entre esos jefes estaban Lavalle, Brandzen (sic), Garzón, Alegre, Olavarría, Pacheco, Zufriateguy, los Olazábal, los Oribe y otros que por razón de escuela militar y de origen social tenían el hábito y el gusto de los uniformes de lujo. Que los llevaban en su bagaje al empezar la campaña, no puede ser dudoso, y tampoco debe dudarse de que les fué posible conservarlos, porque las penurias que destruyen el uniforme del soldado nada tienen que ver con el equipaje del jefe. Hasta en nuestras últimas guerras civiles, en medio de los mayores apremios, nuestros jefes de buen tono sabían guardar y reservar prendas vistosas para un día de pelea.

El doctor Melián Lafinur reputa imposible que el general Alvear permitiese a los jefes poner en contraste el lujo deslumbrador de sus uniformes con los andrajos que vestían los soldados. Nos permitiremos disentir. Alvear era impresionista, aparatoso, de imaginación ardiente, muy conocedor de los resortes que mueven el corazón de las grandes masas.

En el campamento, en las marchas, puede ser mortificante para el soldado comparar su pobreza con la ostentación de sus jefes; pero no sucede lo mismo cuando se va a entrar en combate. En ese momento, el jefe que se engalana, que se hace distinguir por insignias y colores brillantes, aumenta deliberadamente los riesgos de su vida, ofreciendo mejor blanco a los fuegos del enemigo y señalando su propia persona como buena presa para el caso de un contraste. Los soldados ven eso con placer, y dan alas al cariño y la confianza que les inspiran sus jefes.

Viñeta del coronel Federico Brandsen, de 1827, el mismo año de su muerte en la batalla de Ituzaingó. En la imagen se observa la misma vestimenta que tenía puesta al momento de caer por la munición brasileña: uniforme de gala, con sus condecoraciones e insignias. Así como él habría luchado el coronel Manuel Oribe, también en Ituzaingó.

Volviendo al ejemplo que antes evocamos de los ejércitos de 1793, podemos recordar que al frente de aquellos soldados descalzos y casi desnudos iban los generales y los comisionados de la Convención General, con sus sombreros adornados de grandes plumas y sus anchas fajas tricolores de riquísima seda. Nadie les tenía envidia a no ser por la preeminencia del peligro y la honrosa ostentación del heroísmo.

Creemos, pues, perfectamente explicable que en la batalla de Ituzaingó el ejército republicano se vistiese lo mejor que pudo, aunque no pudo quedar vestido de gran parada y que los jefes habituados a llevar uniforme de gala aprovechasen la ocasión de lucirlo en una jornada que ellos sabían bien que viviría en la memoria de los hombres por los siglos de los siglos, porque era el duelo de dos razas y dos principios políticos en el escenario de América.

El coronel don Pedro Lacasa, ayudante de Lavalle, que recogió durante largos años sus confidencias militares y escribió su biografía, dice en el relato de la batalla de Ituzaingó:

"En aquellos momentos solemnes, Alvear seguido de su lujoso estado mayor recorría la línea proclamando los cuerpos con su palabra elocuente y arrancando vivas a la patria y la nación".

También nuestro erudito compatriota don Clemente L. Fregueiro, que ha escrito sobre la batalla un extenso estudio, lleno de buenas informaciones, entre las cuales descuella el diario que llevaba Brandzen (sic) hasta pocas horas antes de morir, dice textualmente al narrar su heroica muerte: "Un momento después dos balas le atravesaron el pecho, sin derribarlo. Avanzó sin ebargo, tan impávido como al principio; pero recibe nuevas heridas y cae muerto, vestido de gran parada, cubierto con todas las insignias de su clase y con todas las condecoraciones americanas y europeas que había ganado en sus campañas".

lunes, 3 de agosto de 2009

EL SARGENTO CHIRINO: UN TESTIMONIO OLVIDADO

El sargento Andrés o Victor Chirino, en una imagen defectuosa pero de importante contenido documental. Obsérvese una de las secuelas de aquél enfrentamiento con Juan Moreira: el ojo de vidrio que le cubre la cavidad derecha.

Es una de las mejores vivencias jamás vista y escuchada aquella del asesinato del gaucho Moreira, en la localidad de Lobos, provincia de Buenos Aires. No por la muerte en sí, sino por los personajes intervinientes, por la zona en que aconteció y por la cosmovisión que rodeó aquél suceso. Moreira fue, con el paso del tiempo, el personaje que cargó sobre sus espaldas las calamidades del gauchaje perseguido y sin libertad. Fue la figura que concentró la desgracia de Caseros, la traición de Pavón y el aniquilamiento de las últimas montoneras federales del interior. Y si hablamos con paisanos de la zona de Lobos, Navarro y alrededores, todavía hay un poco de Juan Moreira en los reclamos por un país más justo, más nuestro, más solidario.

Todavía hoy, y sin que uno saque el tema a relucir, los gauchos bonaerenses señalan algo que le oímos decir a uno de ellos en Navarro hace unos meses atrás: "No, ya no se ven más hombres como Moreira. ¡Él sí que era bravo, eh! Todavía está acá, a dos cuadras, la pulpería de Moreira". Esa pulpería de que hacía referencia el hombre, hoy es una casa particular que, gracias a la bondad de su dueño, mantiene intacto el frente para que sea un lugar de referencia y culto del gaucho fugitivo. Para los paisanos sigue siendo la pulpería de Moreira. Él está ahí, no murió.

Juan Moreira, que en sus últimos años tuvo que salvar el pellejo como hombre de Adolfo Alsina y Bartolomé Mitre, en distintas etapas, claro, fue reivindicado, en primer término, por los hermanos Podestá y, muchas décadas más tarde, por el cineasta Leonardo Favio (1973). Y, por supuesto, su figura recibió la veneración permanente de sus pares, los gauchos argentinos. Pero...¿qué hay de su matador, el sargento Chirino?

Resulta escandaloso que en Internet no exista una imagen del agente policial que terminó con la existencia de Moreira en 1874. Además, la historia de Moreira sería incompleta si no hay referencias que conduzcan a saber quién fue Chirino, de dónde era y en qué otros hechos se lo vio como protagonista. También Chirino transmite una imagen plena de totalidades: no fue otro que el típico sargento de campaña que, obedeciendo a las autoridades unitarias o liberales de la hora, cumplía su rol como agente del orden. En un clima enardecido y lleno de cuchillería valiente y ligera, el sargento de los pueblos polvorientos se presentaba como hombre sigiloso y lleno de potestades, "como mandaba la ley". Chirino bien pudo haber sido el sargento de frontera que no le pagaba el mensual al gaucho Martín Fierro, cuando éste fue reclutado en la milicia, motivando su huida llena de justicia.

Una tarde de juerga campestre, un hombre de a caballo que ya ha pasado los 80 años, nos acercó un juego de fotocopias que guardaba hacía mucho tiempo. Las hojas correspondían a una nota de la revista "Así" que le hicieron a la centenaria ahijada de Juan Moreira, entre 1973 o 1974, quien con una maravillosa lucidez narraba anécdotas de su mítico padrino. "Yo tengo la historia de Moreira", nos señaló el gaucho al obsequiarnos aquellas fotocopias que guardaba como un verdadero tesoro documental.

Son 4 hojas arrugadas, la última de las cuales tiene el valioso testimonio del sargento Chirino, quien para 1973/74 ya no existía. En las primeras líneas, se sostiene que Chirino murió a los 93 años de edad. Otra fuente, sin embargo, advertía que había fallecido a la edad de 101 años, y que era oriundo de la provincia de San Juan. Veterano de la trágica Guerra de la Triple Alianza (1865-1870), poco se conoce del sargento Chirino, y tanto es así que hasta su primer nombre resulta dudoso. Algunos creen que se llamó Víctor, y otros, como la nota que transcribimos a continuación, dicen que su nombre era Andrés. Veamos la nota en cuestión, indaguemos en este personaje y su relato olvidados. Que no nos enseñen cuántas películas filmó Harrison Ford antes que saber quiénes formaron parte de la extraordinaria Patria gaucha:


EL MATADOR

Juan Moreira murió un 30 de abril de 1874. Fue en la localidad de Lobos, en el patio del burdel La Estrella. La partida policial estaba mandada por el capitán Pedro Berton y se lo sindica al sargento Andrés Chirino como el matador de Moreira.

Chirino, cuando murió tenía 93 años, era sanjuanino y después de jubilarse como policía federal tuvo que trabajar como portero del edificio de la Avda. de Mayo 733, de esta capital.

Unos años antes de morir, accedió a un reportaje que le hizo el diario de esta Capital. He aquí, lo que dijo sobre la muerte de Moreira:

"Yo no lo ví, sino el día 30 de abril de 1874, como a la una y media de la tarde, que fue la hora en que lo matamos, pero lo tengo presente. Era un hombre de talla regular, pero muy fornido y bien plantado. De nariz fina, blanco, casi rosado, picado de viruela; de pelo castaño y usaba una larga pera, que ya tenía algunas canas.

Ha de haber tenido unos 40 a 42 años, mas era ágil y de una fuerza muscular extraordinaria. Yo, que pertenecía a la policía de la Capital, andaba en comisión con una partida de doce hombres, a las órdenes del capitán don Pedro Berton. Hacía tres meses que recorríamos infructuosamente la campaña en busca de Moreira. Nos hallábamos en la estación de Lobos, cuando llegó apresuradamente el señor Francisco Bosch, entonces comandante militar y después general de la Nación, e informó al capitán Berton que Moreira y algunos de su banda se encontraban en el peringundín La Estrella, en la esquina de la plaza y que el juez de Paz, señor Casimiro Villamayor, había salido al campo a perseguir a los malevos. El capitán me dijo, que tomara seis de los mejores hombres y que lo siguiera. Pasamos por la casa del Juzgado y se nos incorporaron seis hombres más, al mando del teniente don Eulogio Varela.

Nos encaminamos a la casa que, fue rodeada. Penetramos en ella, el comandante Bosch, el capitán Berton, el teniente Varela y yo, con dos vigilantes.

Dos de los compañeros de Moreira que estaban levantados huyeron, los dejamos ir para no malograr el golpe.

En la pieza que cuadra al patio, cuya puerta estaba entreabierta, yo vi a un hombre que dormía, teniendo sobre una silla al alcance de la mano, un cojinillo con dos trabucos, un puñal y una pistola.

Me apoderé de las armas, lo desperté y lo entregué a los soldados sin que hiciera resistencia. Cuando lo saqué dijo el comandante Bosch: Ese no es Moreira, sino Julián Andrade. ¡Otro pájaro de cuenta!

Era un mozo alto, delgado, bien vestido con ropas de gaucho lujoso y que se decía uno de los mejores peleadores del pago.

Los soldados lo sacaron a la calle. El comandante Bosch, que lo estaba observando, viendo que miraba la puerta de enfrente, que estaba cerrada, exclamó golpeándola con el taco de su bota:

-¡Aquí está el que buscamos!

No tuvimos tiempo sino para hacernos a un lado, colocándonos en fila a lo largo del patio, viniendo a quedar yo detrás del brocal del pozo; el comandante Bosch en el recodo que formaba la pieza; los señores Berton y el Zapatero más hacia el zaguán. En eso, apareció Moreira con un trabuco en cada mano:

-¡Aquí estoy...maulas...! ¿Qué quieren?

-¡Ríndase Moreira a la policía de Buenos Aires...!

A lo que respondió: ¡Aquí no hay más policía que yo...!

Y antes que yo pudiera hacer fuego con mi fusil y el capitán Berton, armado con el de Zamudio, que había salido afuera atraído por un barullo promovido por Andrade que intentaba escapar, descargó sus trabucos y corrió hacia la tapia del fondo. Detrás de la cual habían quedado los caballos. El capitán Berton recibió un balazo que le quebró la muñeca derecha y el brazo izquierdo a la altura del hombro.

Yo corrí en momentos en que se prendía a la tapia para saltarla y metiéndole la bayoneta medio de costado, lo clavé contra la pared. Era un hombre tremendo.

Al sentirse herido sacó una pistola del cinto y por encima del hombro hizo fuego, entrándome la bala por el pómulo y dañándome el ojo. Entonces Moreira tomó con la derecha la daga que llevaba denuda entre los dientes, y me tiró un "hachazo" que me alcanzó en la cabeza y me cortó los cuatro dedos de la mano izquierda con que yo sostenía el fusil. Tuve que largarlo y cayó agonizante.

Yo le pegué como pude... porque no hacía nada más que cumplir con mi deber. Zamudio, que era un paraguayito valiente, me dijo después que la agonía de Moreira no duró ni dos minutos y que el cuerpo tenía un pistoletazo en el costado dado por el comandante Bosch. A mí me votaron entonces una recompensa que recibí solo unos meses. El premio acordado para quien lo aprehendiera al matrero, que era de cuarenta mil pesos... ¡ni lo olí...!"

Al relato textual del sargento Andrés Chirino, con el correr de los tiempos se le ha ido agregando una secuela de luchas que Moreira mantuvo con otros soldados en el patio de La Estrella".