jueves, 28 de abril de 2011

LOS TIGRES CAPIANGOS, UNA LEYENDA QUIROGUISTA

'Tigre capiango' o yaguareté abá.


Muy difundida en el interior de nuestro país, es la leyenda de los ‘tigres capiangos’ o yaguareté-abá, cuya característica más sobresaliente consistía en la conversión de esas alimañas en formas humanas que mantenían intactas todas las destrezas e instintos salvajes.

La historia patria ha rescatado esta creencia, ubicándola en las primeras décadas del siglo XIX, más precisamente entre los hombres que formaban la tropa gaucha e india del caudillo federal Juan Facundo Quiroga. Su fervoroso enemigo, el general José María Paz, dejó algunas líneas en sus famosas “Memorias” sobre la posible existencia de los ‘tigres capiangos’ de Facundo. Es un testimonio más que interesante, referido a una temática que mezcla lo tradicional y supersticioso con la variable histórica:

“Conversando un día con un paisano de la campaña y queriendo disuadirlo de su error, me dijo:

-Señor, piense usted lo que quiera; pero la experiencia nos enseña que el señor Quiroga es invencible en la guerra, en el juego –y bajando la voz añadió- y en el amor. Así es como no hay ejemplo de batalla que no haya ganado; partida que haya perdido –y volviendo a bajar la voz-, ni mujer que haya solicitado que no haya vencido.

Como era consiguiente, me eché a reír con muy buenas ganas, pero el paisano, ni perdió su serenidad ni cedió un punto de su creencia.

Cuando me preparaba para esperar a Quiroga, antes de La Tablada, ordené al comandante don Camilo Isleño… que trajese un escuadrón a reunirse al ejército, que se hallaba a la sazón en el Ojo de Agua, porque por esa parte amagaba el enemigo. A muy corta distancia, y la noche antes de incorporárseme, se desertaron ciento veinte hombres de él, quedando solamente treinta, con los que se me incorporó al otro día. Cuando le pregunté la causa de su proceder tan extraño, lo atribuyó al miedo de los milicianos a las tropas de Quiroga. Habiéndole dicho que de qué provenía ese miedo, siendo así, que los cordobeses tenían dos brazos y un corazón como los riojanos, balbuceó algunas expresiones cuya explicación quería absolutamente saber. Me contestó que habían hecho concebir a los paisanos que Quiroga traía, entre sus tropas, cuatrocientos capiangos, lo que no podía menos que hacer temblar a aquéllos. Nuevo asombro por mi parte, nuevo embarazo por la suya… Los capiangos, según él o según lo entendían los milicianos, eran unos hombres que tenían la sobrehumana facultad de convertirse, cuando lo querían, en ferocísimos tigres.

-Y ya ve usted –añadía el candoroso comandante- que cuatrocientas fieras lanzadas de noche a un campamento, acabarán con él irremediablemente.”


EL REVISIONISMO Y LOS 'CAPIANGOS'

Esta leyenda de la ferocidad de los paisanos que combatían a la par del “Tigre de los Llanos” seguramente fue divulgada por la errada imagen de “bárbaros” a que fueron expuestos los hombres federales a partir de la diatriba del masón Domingo Faustino Sarmiento, por lo que el revisionismo histórico poco crédito ha dado a esto de los ‘tigres capiangos’ y los hombres del caudillo riojano. Es decir, no lo ha tomado como algo folklórico sino como una mera ofensa que la historiografía liberal empleó para ensuciar la nobleza, el coraje y la imagen de los federales. Viene a colación la impresión que causaban, en los señores de frac y galera, las barbas tupidas y los rasgos enjutos de los caudillos del interior, a quienes tomaban por poco menos que “animales” o seres provenientes, directamente, de los montes y las selvas perdidas. Por eso tampoco, al día de hoy, se puede creer que el “Chacho” Peñaloza tuvo ojos más bien celestes, y que Rosas era un esbelto hombre de cabellos rubios y ojos igualmente celestes, gaucho y estanciero al mismo tiempo.

Pedro de Paoli, estudioso consumado de Juan Facundo Quiroga, nos da una precisa interpretación de lo que para él quería significar eso de que los milicianos del riojano podían llegar a convertirse en ‘tigres capiangos’. En “Facundo”, la mejor obra dedicada al personaje del noroeste, dice:

“Paz dice en sus Memorias que, según un oficial de Quiroga que quedó prisionero en Córdoba, el Moro no se dejó montar el día de la batalla de La Tablada, con lo que quería dar a entender que sería un día aciago para Facundo y que por lo mismo no debía haber dado la batalla. Que Facundo consultaba a su Moro, etc. Todo ello son fábulas de Paz que forman el plan de presentar a Facundo como muy bárbaro. También hace decir Paz a ese oficial prisionero, un sin fin de historias de “copiangos” (sic) y otras cosas por el estilo. Todo ello son invenciones del famoso y hábil general Paz.”

CAMILO ISLEÑO EXISTIO

De todas formas, no hay que restarle crédito a lo escrito por el “manco” Paz en sus memorias, cuando dice que el comandante Camilo Isleño tuvo 120 deserciones entre sus filas por el temor que les infundaban las apariciones, en medio de la lucha, de los ‘tigres capiangos’ de Quiroga.

No sabemos con precisión el año de nacimiento de Camilo Isleño, el cual era oriundo de la provincia de Córdoba, lugar donde dio sus primeros pasos en el camino de las armas al lado del general José María Paz.

En 1829, año en que el “manco” invade dicha provincia para derrocar al general federal Juan Bautista Bustos, Isleño se presenta para luchar del lado de los unitarios al frente de sus milicias. En esta fuerza había alcanzado el título de comandante, a que refiere Paz en sus Memorias.

El capitán de Fragata, Jacinto Yaben, autor de una obra de consulta valiosa (“Biografías Argentinas y Sudamericanas”), escribió en la biografía de Camilo Isleño, sin nombrar directamente a los ‘tigres capiangos’, el episodio en que ocurre la deserción de los 120 soldados suyos antes de La Tablada:

“Incorporado al ejército de Paz muy poco antes de la batalla de La Tablada, se halló en esta acción de guerra (se había reunido a Paz en Ojo de Agua, con 150 milicianos de los que desertaron 120 antes de la batalla por temor a Quiroga). Intervino en las demás operaciones que tuvieron por escenario la provincia de Córdoba bajo el mando del general Paz…”.

Es decir, el episodio fue cierto, real.

Aunque empezó luchando para el bando unitario, Camilo Isleño poco antes de la captura de José María Paz por el gaucho Francisco Zeballos, ya se había pasado a los federales. Pero esta novedad recién tomó notoriedad una vez que su jefe fue boleado el 10 de mayo de 1831 en el paraje El Tío, provincia de Córdoba. Sin embargo, Juan Manuel de Rosas ya estaba enterado de esta conversión desde que recibió una correspondencia del coronel José Nazario Sosa el 10 de febrero de ese año, la cual contenía esta importante noticia.

El 30 de junio de 1833, el comandante Isleño derrotó en el combate de Yacanto al comandante Manuel Arredondo y a otros jefes rebeldes, esto en el marco de una ofensiva tendiente a frenar el alzamiento subversivo de Esteban del Castillo contra el gobierno cordobés de Francisco Reinafé, quien entonces se sabía federal. Éste morirá ahogado en las aguas del río Paraná, tras fugar del campo de honor en Cayastá, hacia 1840. En esos momentos se hallaba en el bando unitario.

Las vueltas de la guerra civil encontraron a Camilo Isleño luchando contra Francisco Reinafé –su ayer protegido- en agosto de 1835, en las desconocidas acciones de Balde de Moreyra. La guardia personal de Reinafé quedó desarmada y capturada por el buen desempeño de Isleño. Hasta donde se sabe, quien en el pasado había visto en carne propia los efectos psicológicos que producía la leyenda de los ‘trigres capiangos’ quiroguistas, por 1841 continuó peleando por la Confederación Argentina, ultimando partidas y jefes del general Juan Galo de Lavalle, otrora oficial sanmartiniano que iba directo a la muerte. Pero esto pertenece a otro relato, a otro episodio de nuestro devenir.


Por Antook Rivero

Bibliografía

- De Paoli, Pedro. “Facundo”, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1973.
- Paz, José María. “Memorias Póstumas. Guerras Civiles”, Tomo II, Ediciones Anaconda, Buenos Aires, 1950.
- Yaben, Jacinto R. “Biografías Argentinas y Sudamericanas”, Tomo III, Editorial Metrópolis, Buenos Aires, 1939.

lunes, 18 de abril de 2011

MANUEL ANTONIO FRESCO, EL GOBERNADOR QUE OLVIDAMOS

Una imágen histórica. De izquierda a derecha, los hombres que aparecen de frente al público son: Roberto Noble (fundador del diario "Clarín"), el gobernador Manuel Fresco y, de bigotes espesos, Carlos Saavedra Lamas (bisnieto del brigadier general Cornelio de Saavedra y Premio Nobel de la Paz argentino).

“La masonería internacional, después de una lucha sorda entre los dirigentes ingleses y norteamericanos, ha resuelto definitivamente, con el propósito de amparar y defender el colosal poderío del capitalismo judío, que sea Norteamérica la verdadera heredera de Inglaterra, no solamente en lo que se refiere al manejo de la política internacional, sino muy especialmente en el dominio del mercado sudamericano y centroamericano, como así también la heredera de sus colonias y de sus enormes capitales colocados en las Américas, para lo cual presta Norteamérica importante ayuda proveyendo de material bélico al Imperio Británico, y víveres mientras no entre en la guerra actual, lo que parece poco probable (…)


También ha sido obra de la masonería, la revolución comunista de Rusia, es decir, la implantación del comunismo en la Rusia de los Zares, pues es un secreto a voces, que los revolucionarios comunistas, contaron con la fuerza de la Gran Estrella de Oriente, que mandó su directiva desde París y fueron cumplidas estrictamente en Moscú…”.


Esta sentencia pertenece a un folleto que se titulaba “Los Misterios de la Masonería”, de Carlos M. Silveyra, Editorial Patria, Buenos Aires (circa 1939/40). Silveyra fue un estrecho colaborador del Gobernador de la Provincia de Buenos Aires don Manuel Antonio Fresco, conservador católico que ejerció ese mandato de 1936 a 1940.


Fresco era un ferviente nacionalista de elite que durante los últimos años de su gobernación fundó un movimiento político llamado Unión Nacional Argentina (UNA-Patria), ineludible organización por la que pasaron muchos de los que luego nutrieron, masivamente, a la Alianza Libertadora Nacionalista de Juan Queraltó (de tendencia nacional-peronista), entidad que venía funcionando desde 1935/36.


El gobernador Manuel Fresco fue un progresista en el mejor sentido de ese léxico. Un benefactor nacido en un pueblo de raigambre federal: Navarro, donde yace el camposanto del coronel Manuel Críspulo Dorrego, espacio físico que dio comienzo a la larga y sangrienta guerra civil entre federales y unitarios.


Esclarecido, Fresco fue uno de los pocos que se animó a cerrar instituciones hebreas de la provincia de Buenos Aires, y quizás el único dirigente que tuvo en su despacho un retrato de Benito Mussolini y otro de Adolfo Hitler, ambos dedicados a su persona.


La mención de Manuel Fresco, que aparece en boca de los que rondan ya las ocho o más décadas, posee un aura de respeto. Era un conservador que solía darse con el pueblo, el cual nunca mancilló su hoy injustamente olvidado nombre, a pesar de haber sido funcionario en plena “Década Infame”.

Una obra con toques "fresquistas": la entrada del cementerio de Azul, provincia de Buenos Aires. Este monumento pertenece a Francisco Salamone, arquitecto que tomó elementos del art-decó y el monumentalismo italiano típido de la Italia fascista. Soberbia obra para los tiempos.


Tan progresista fue su rol al frente de la provincia bonaerense que, en pueblos como Tapalqué o Azul, se habla en pleno siglo XXI de lo que fue la “arquitectura Fresquista”, rama de la arquitectura que, valga la redundancia, fue impulsada por el gobernador Manuel Fresco para el embellecimiento de esos antiguos fortines de frontera, ahora convertidos en prósperos mojones de civilización. ¿En qué consistió la llamada “arquitectura Fresquista”? Fue la puesta en escena de enormes monumentos que daban una maciza impresión (y figuración) del rol protector-paternalista que tenía el Estado para con la población. Seguramente, fue el génesis de una concepción que desde Inglaterra materializó John Maynard Keynes: el Estado de Bienestar, lo que aquí tuvo su cenit con la administración peronista de mediados de los años cuarenta y comienzos de la siguiente, salvando, claro está, las diferencias entre la teorización matriz y la puesta en práctica de Perón.


¿Hubo arquitectos “fresquistas”? Sí, el mayor de ellos fue el siciliano Francisco Salamone, apodado por los criollos como “el Arquitecto de las Pampas”. La huella de este peninsular personaje, cuya escuela vanguardista causa admiración por la osadía de sus estupendos trabajos, puede verse en Saldungaray, Tapalqué, Azul, Guaminí, Laprida, etc., etc.


Manuel Fresco lo llamó a Salamone para que haga obras y de toques distintivos y exóticos a los paisajes camperos de esos pueblos mansos. Hizo decenas de obras, entre plazas, edificios municipales, portales de cementerios, bancos, luminarias y demás construcciones públicas.


Otro constructor definidamente “fresquista” era Bustillo, el hacedor de varias de las obras más importantes de Mar del Plata, como el Casino que bordea sus playas, ícono de la “Perla del Plata”.


Caída en desgracia la administración de Fresco en 1940, también vino el ocaso del arquitecto italiano Francisco Salamone: su nombre fue desdeñado, su obra jamás restaurada y su espacio en la historia reducido a la nada. Hasta la irrupción de Juan Perón, el nombre del ex gobernador también quedó relegado de las habladurías y las crónicas.


Una última nota de color: fue ministro de Gobierno de la administración de Manuel Fresco, el señor Roberto Julio Noble, fundador, en 1945, del actual diario “Clarín”. En los archivos, si se sabe buscar, hay editoriales del creador del periódico en los que habla bien del Fascismo italiano.


En 1946 sobrevino el Movimiento Nacional Justicialista en la escena política nacional, a cuyos principios doctrinarios se alió Manuel Antonio Fresco a través de una postura conservadora independiente. No ejerció ningún cargo público en el peronismo, pues dio una apoyatura periférica.


Farola o luminaria de Salamone, en la plaza central de Azul. Nótese el efecto óptico de las baldosas del lugar, que asemejan estar onduladas. Aquí hay reminiscencias del gobernador bonearense Fresco, impulsor de las obras de Salamone en la pampa argentina.


Al paso de los años, Fresco los enfrentó ejerciendo su profesión de médico. Murió olvidado el 17 de noviembre de 1971 en la provincia de Buenos Aires, como no podía ser de otro modo.

Por Tigre Capiango