martes, 27 de marzo de 2012

BOVEDAS FEDERALES EN EL CEMENTERIO DEL SUR (FLORES), POR GABRIEL TURONE*


Sepulcro de la "Familia Flores".


Tarde gris, fría, y por momentos lluviosa. Esas fueron las condiciones que me tocaron en suerte para hacer una escapada revisionista al viejo Cementerio del Sur, popularizado en nuestros días como “Cementerio de Flores”. Está ubicado en el Bajo Flores, zona del querido barrio federal que se pobló, a finales del siglo XIX, de chatarreros y vascos lecheros. Antes, fue lugar de graserías y mataderos, y de un bañado que luego fue tapado para dar lugar, entre otros, al camposanto que quería visitar.

Advertido de que allí reposaban algunos Federales Netos de los tiempos de Juan Manuel de Rosas, me dirigí en busca de esos sepulcros, sin reponer en las hostilidades del tiempo ni en el peligro que las calles adyacentes al lugar a menudo deparan. La búsqueda incesante de lugares olvidados –que suelen ser los espacios físicos predilectos de todo revisionista- permite cierto grado de arrojo e inconciencia.

El resultado de esa excursión, que la hice a nombre de la entidad que honrosamente presido, Jóvenes Revisionistas, son las fotografías que aquí adjunto para mejor entender el relato que hago sobre las mismas. Fui muñido de mi Credencial de Investigador, por si alguien me impedía sacar fotografías al sector de las bóvedas y los nichos. Iba con un trozo de papel garabateado que recopilaba algunos nombres de sepulcros (en el Cementerio del Sur hay unas 850 bóvedas) y con el entusiasmo de un niño. Cámara en mano, un anotador y mi mochila: equipo completo para salir al ruedo.


Y detengo aquí la perorata, para ir a las imágenes y a lo que las mismas me dejaron:



1. BOVEDA DE LA FAMILIA FLORES



El sector de las bóvedas del Cementerio del Sur está dividido en 4 sectores, separados en dos partes por un amplio pasillo que, en sus primeros tramos, es un bulevar. Éste se inicia ni bien uno traspasa el arco neoclásico que es donde, en la actualidad, yacen las oficinas administrativas del lugar. Al fondo del camino-bulevar se levanta, solitaria pero modesta, la bóveda de la “Familia Flores”.

Esta sepultura es el punto de referencia para saber manejarse dentro esta zona. Es un templete que tiene, a simple vista, formas neoclásicas y columnas dóricas, con terminación de una Virgen en la cúspide. Construido en 1868, el sepulcro contiene los restos mortales del fundador del pueblo de San José de Flores, don Ramón Francisco Flores, que había sido adoptado por don Juan Diego Flores. A la muerte de su éste, Ramón Francisco decidió fundar un pueblo que llevara el nombre de su padre. Así nace San José de Flores, cuyo epicentro fue una extensa chacra que Juan Diego Flores había adquirido en el año 1776.


Uno de los 3 hijos de Ramón fue José María Flores, quien nació en el año 1800, y llegó a ser general de Juan Manuel de Rosas y héroe de varias de las batallas más significativas de aquel período. Participó en la Campaña al Desierto (1833-34), en Mazau (1841), Rodeo del Medio (1841), Colastiné (1842), Arroyo Grande (diciembre de 1842), Paso del Molino (Uruguay, 1847) y Caseros (1852), entre otros. En octubre de 1851, el general Flores no se vendió al dinero británico-brasileño que Urquiza puso a disposición del general Manuel Oribe para rendir incondicionalmente los ejércitos que éste tenía en el Cerrito, prefiriendo, Flores, regresar a Buenos Aires a ponerse bajo las órdenes de Rosas. Luego, tras la caída del Restaurador, osciló entre las fuerzas unitarias y las que habían quedado de la Confederación Argentina. Pudo haber sido el jefe del levantamiento del general Hilario Lagos, de 1852, pero desistió a último momento con argumentos no del todo convincentes. Falleció pocos años más tarde.



Dentro del sepulcro de la “Familia Flores”, hay una urna de madera que contiene los restos del general José María Flores. Una chapa con forma de escudo, que recubre uno de los lados de la urna, contiene la siguiente leyenda: “RESTOS DEL GENERAL Dn JOSE Ma FLORES – FALLECIO EN EL ROSARIO EL 11 DE OCTUBRE DE 1856 – SU INCONSOLABLE ESPOSA LE DEDICA ESTE RECUERDO.” El general Flores había contraído nupcias con la señora María del Rosario Saraví, quien el 12 de agosto de 1867 obtuvo una pensión militar por la muerte de su cónyuge.


No sabemos, a ciencia cierta, si aún quedan descendientes de esta familia noble y de estirpe guerrera al presente. Y aunque en la urna donde yacen los restos del general Flores hay dos carteles con frases religiosas y con sendas imágenes de Jesucristo, el estado poco cuidado del sepulcro daría la pauta de que hace tiempo que nadie se ha acercado para mantenerlo en mejores condiciones.


Por último, notamos que la fachada de la bóveda familiar tiene una placa de mármol de grandes proporciones, en donde se lee: “AQUÍ YACEN LOS RESTOS MORTALES DE LA FAMILIA DE FLORES FUNDADORES DE ESTE PUEBLO”.



Recuérdese que Flores dejó de ser pueblo y partido recién en 1887, por Ley del 27 de septiembre de ese año, cuando sus terrenos jurisdiccionales pasaron al ámbito de la recientemente conformada Capital Federal. Aún hasta la década de 1920, Flores mantenía ciertos resabios de la añeja aristocracia, algunas quintas de antiguas familias federales que sobrevivían y una urbanización que avanzaba de la mano de una incipiente clase media porteña. Y lo que hoy conocemos como Floresta o Liniers eran, entonces, meros arrabales.



2. BOVEDA DE LA FAMILIA TERRERO




De características arquitectónicas similares a la bóveda de la “Familia Flores” es el “SEPULCRO de la FAMILIA de Dn ANTONIO TERRERO”. En la actual nomenclatura del barrio de Flores hay una calle llamada Terrero, y eso porque don Juan Nepomuceno Terrero, el ex socio de Juan Manuel de Rosas, tenía allí una quinta que abarcaba unas 40 hectáreas, la cual estaba limitada por lo que hoy es Rivadavia, Donato Álvarez, Avenida Gaona y Boyacá. Demás está decir, por lo tanto, que en dicha bóveda descansa Juan Nepomuceno y, al menos, uno de sus hijos, Antonio Terrero, gran benefactor del pueblo de San José de Flores, como ya veremos.

En el año 1815, Juan Nepomuceno Terrero había formado junto a Luis Dorrego (hermano del ex gobernador bonaerense Manuel Dorrego) y Juan Manuel de Rosas una razón social denominada “Rosas & Terrero”, dedicada a la explotación ganadera y el acopio de frutos del país, por un lado, y a la salazón de carnes y pescado, por el otro. Este comercio les reportó a los tres muy buenas ganancias, de allí que instalaron un saladero en el primitivo poblado de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires.


De esta forma, comenzaba en el país una industria que hasta entonces era desconocida o estaba muy poco desarrollada. El viejo caserío del saladero quilmeño, en el cual Juan Terrero amasó buena parte de su fortuna personal, era una construcción que databa del año 1778 que lo había construido el padre del general unitario Wenceslao Paunero. Por datos que me han conferido viejos historiadores revisionistas de la zona sur de la provincia bonaerense, ya no quedan vestigios de esta edificación que fue pionera para la vida económica del conurbano y, por qué no, del país todo.




Mientras que en el Cementerio de Flores descansan los restos de Juan Nepomuceno Terrero, uno de sus hijos, Máximo Terrero, reposa en el sector más viejo del cementerio de Southampton, Inglaterra, junto a su esposa, Manuelita Rosas (hija del Restaurador). No obstante, otro descendiente de Juan, don Antonio Terrero, está junto a su padre. Una placa gastada por el tiempo, ubicada en el frente de la bóveda, enaltece su beneficencia y compromiso para con el pueblo de San José de Flores: “A LA MEMORIA DE ANTONIO TERRERO – FUNDADOR DE LOS CAMINOS DE FLORES Y GAUNA – LA COMISION DIRECTIVA - 1882”. Por “Camino de Flores”, se hacía referencia a la actual avenida Rivadavia, también llamada en la época de Rosas como “Camino del General Quiroga” o “Camino Real”. En otros tramos, supo denominarse “Camino de la Federación”.


Ya en 1850, Antonio Terrero inició las gestiones necesarias para que los “Caminos de Flores y Gauna –esta última, llamada hoy avenida Gaona-“ sean pavimentados, y dieciocho años más tarde, fue uno de los mentores para la formación de una sociedad que se encargaría del cuidado y la protección de ambos accesos viales, y de la cual fue su presidente.


Padre e hijo tuvieron sus respectivas quintas en San José de Flores. Juan Nepomuceno falleció en 1865, a los 74 años de edad, heredando una fortuna que rondaba los 60 millones de pesos fuertes de la época, una de las más grandes del mundo, si bien provenía de una familia rica y tradicional de Buenos Aires.



La apariencia de esta bóveda llena de historia, nos hace creer que se trató de una de las primeras que existió en este camposanto de Flores. Su ubicación denota algún prestigio, pues se encuentra pegada a la entrada principal de la zona de las bóvedas, donde ahora funcionan las oficinas de la administración.



3. NICHO DE GABINO EZEIZA



Al no poder encontrar, como hubiese querido, el sepulcro de los “Farías”, en cuyo interior reposa un Juez de Paz de la primera gobernación de Juan Manuel de Rosas, me restó, finalmente, meterme en el sector de los primeros nichos construidos en Flores, ubicados a la derecha de la entrada principal de la zona de las bóvedas.

Dos largos y estrechos pasillos, repletos de flores a ambos costados, cortejan a quien osa buscar a un familiar querido que se encuentra por estos rincones. Como en anteriores oportunidades ya había visitado el sitio donde descansa eternamente el payador Gabino Ezeiza, me fue fácil ubicar el nicho N° 5239. Aquí, la lluvia va opacando el bronce de las placas, y no detiene el corroimiento de las tapas. A mí, personalmente, me resulta el lugar más desolador por cuanto jamás tuvieron estos nichos ningún techo o toldo que los protegiera. Granizos, lluvias torrenciales y soles furiosos hacen estragos en esta suerte de parcela liberada.

Gabino Ezeiza fue uno de los últimos payadores negros que existieron en la República Argentina. Había nacido en el barrio de San Telmo un 3 de febrero de 1858, y siempre se mostró como un auténtico hombre del pueblo. Ramón Doll, notable revisionista, lo conoció en Pehuajó por 1908 ó 1909. Él se referirá a Ezeiza como “de raza africana”, “negro puro”.

Es más conocido por sus insuperables payadas que por su vertiginosa militancia política, la cual a punto estuvo de ponerlo a un paso de la muerte. Cansado de las injusticias provocadas por los conservadores que dominaban el país, Gabino Ezeiza pasó a revistar en las filas de don Hipólito Yrigoyen, con quien empuñó las armas en dos de las tantas revueltas radicales: en la de 1890 (donde la publicación “Fray Mocho” del 20 de octubre de 1916 lo retrató con una espada y con la boina blanca yrigoyenista en aquella jornada) y en la de 1893, en Rosario. Aquí estuvo detenido, tras haber participado del ataque a la aduana que era defendido por una compañía del Regimiento 3 de Infantería del Ejército. En cada oportunidad, llevaba un arma de fuego simulada en el estuche de su guitarra.

Ezeiza siempre vivió una vida típicamente errante, envuelto en payadas a ambos lados del Río de la Plata, como cuando disputó, por varios días, con los uruguayos Juan y Arturo de Nava –padre e hijo-, y con el bonaerense Nemesio Trejo, ya en Buenos Aires. Consustanciado con la causa de la gente humilde, entendió perfectamente que la misma guardaba estrecha relación con el federalismo, por eso a Ezeiza se lo recuerda casi siempre por su hermosa pieza Saludo a Paysandú, payada que improvisó en 1888 en el teatro “Artigas” de Montevideo y ante Arturo de Nava, a quien le ganó. También le cantó a la Revolución de Mayo y a las batallas sanmartinianas de Maipú, Chacabuco y San Lorenzo.

Su actuación improvisada más memorable es, sin embargo, la que protagonizó en 1894 ante su compatriota Pablo J. Vázquez, en Pergamino, provincia de Buenos Aires. Los temas que dio el jurado fueron: El Descubrimiento de América, El Porvenir de la Patria, La Opinión Pública y La Sociedad.

Vivió sus últimos años en el legendario barrio de Flores, en la calle Azul 92, donde actualmente funciona una panadería llamada “Don Gabino”. Allí, una placa de bronce recuerda que esa fue su morada final.

El día de su muerte, Hipólito Yrigoyen había acabado con el fraude, al vencer en las elecciones presidenciales que, por primera vez, estrenaban la obligatoriedad del voto secreto y universal. Héctor Pedro Blomberg, quien llegó a componer a principios del siglo XX temas de alto contenido federal, escribió en una crónica para la revista “Aquí Está”: “En la noche de ese día memorable (12 de octubre de 1916), al saber que el célebre payador había dejado de existir, Hipólito Yrigoyen, el primer presidente radical, guardó silencio un instante, y con los ojos humedecidos dijo estas palabras: -“¡Pobre Gabino!... Él sirvió…””.

Un cartel desvencijado y escrito a mano, puesto a mitad de uno de los pasillos con nichos, rezaba: “Sra./Sr. NO PASE. ESTA LLENO DE ABEJAS”. Supe que por ahí andaba la morada de Ezeiza, y no lo dudé. Omití ese aviso prohibitivo y, sin que nadie me viera, continué caminando pese al acecho zumbador de esos insectos. Gratísima sorpresa me embargó el corazón cuando, al buscar el nicho de este genial y sublime payador de todos los tiempos, noté que un anónimo le había dejado una hermosa flor rosada. Ahí estaba, fresca, limpia, purísima. Alguien anduvo también por estos pasillos grises queriendo honrar la memoria olvidada de Gabino Ezeiza, el vecino de ese Flores misterioso, varonil y gauchesco. Como la última vez, volví a leer la única placa que adorna el nicho del gran payador: “HOMENAJE A DON GABINO EZEIZA TRADICIONALISTA DE O.S.N. – EL PAYADOR Y LOS AMIGOS DEL CANTO – 1916 -12-10- 1951”.

A lo lejos, un grupo de gente se agolpaba con coronas y ramos de flores. Me alejé de donde estaba, mientras bordeaba a la multitud reunida a metros de una parcela que desconocía. Al irme a mi casa, ya estaba pensando en una próxima vuelta a este camposanto, aunque más no sea para encontrar a Farías, el Juez de Paz rosista que todavía permanece en el más injusto de los anonimatos. Y será justicia, sin lugar a dudas.


Por Gabriel O. Turone


Fuentes consultadas:

- Mignelli, José Luis. “El Saladero de Rosas, una reliquia provincial”, Revista del Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”, N° 31, Buenos Aires, Abril/Junio 1993.
- Ministerio de Cultura, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. “Flores 200 años. Barrio y Cementerio”, Buenos Aires, 2006.
- Soler Cañas, Luis. “Gabino Ezeiza. Verdad y Leyenda”, Revista Todo es Historia, Año I, N° 2, Junio 1967.
- Yaben, Capitán de Fragata (R) Jacinto R. “Biografías Argentinas y Sudamericanas”, Tomo II (Cana-Guer), Editorial Metrópolis, Buenos Aires 1938.






* Gabriel Turone es presidente del brazo juvenil del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas "Juan Manuel de Rosas", Jóvenes Revisionistas, cargo que asumió en octubre de 2010. Conferencista, ha publicado numerosas publicaciones historiográficas en diversos medios, muchas de las cuales, como ésta, se leen en portales de Internet y en revistas de interés cultural. Fue recientemente designado como miembro del Comité de Redacción de la Revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas "Juan Manuel de Rosas".